introducción:
He adaptado el cuento a niños de 6to de
primaria, ya que me centro en intentar eliminar ciertos estereotipos y roles
que creo que ya no deberían continuar a día de hoy, y a esta edad es cuando los
niños quizá son más conscientes de ellos. Los roles de género, la mal entendida
idea de belleza física y el
materialismo son, entre otras muchas cosas, algunos de los problemas que
encontramos en la sociedad a día de hoy, y mi idea era eliminarlos de mi
cuento. Poderlo hacer de manera que conserve algunas cosas ciertos aspectos
pero elimine otros que me parece que no son adecuados a día de hoy. Como no puedo
dar mi opinión sobre otros roles, etc, me ha parecido que lo más adecuado fuese
no incluirlos.
adaptación
de “todo tipo de pieles”
Había una vez un planeta en el que todos eran
ciegos. Los sonidos, el tacto y el olfato guiaban a los habitantes de Cegalia.
En Cegalia los seres tenían imanes mágicos,
que se activaban solamente cuando su persona especial estaba junto a ellos.
Bra y Bru eran dos seres unidos por imanes.
Cuando supieron que iban a tener un nuevo ser, se pusieron muy contentos. Así,
a los pocos días, nació Bre. Y durante mucho tiempo, Bra, Bre y Bru vivieron
felices en la oscuridad galáctica, en una zona del inmenso planeta habitada
solo por ellos.
Los cegalios suelen ser grandes exploradores.
Por ello, Bru decidió un buen día que debía dejar por un tiempo a Bra y a Bre.
Pero como sabía que sentirían pena, partió sin decir nada. Para que su ausencia
no fuera tan terrible, tejió una mantita con todo tipo de pieles de plantas y
la impregnó con su olor para Bra, y dejó además una pequeña cajita con tres
objetos para Bre.
En la mañana galáctica, que en realidad solo
era mañana porque no era noche, Bre encontró la cajita junto a su cama. Al
abrirla, comprendió que Bru se había marchado, pues palpó los objetos y supo
que eran importantes. Lloró durante un rato.
En la cajita que Bru dejó a Bre había tres
cristales redondos: uno con un agujero, otro con dos y otro con tres. Por eso
eran tan importantes, tenían agujeros. Solo los objetos importantes tenían
agujeros.
Cuando Bra despertó y notó que Bru se había
despegado de su imán, sintió un gran vacio. Palpó a su alrededor y encontró la
mantita, y la mantita tenía tres nudos. Era la señal que un día, en tiempos
lejanos, habían acordado para avisarse si alguno decidía partir.
Bra se acurrucó junto a la mantita de Bru y no
volvió a moverse.
Bre, con gran preocupación, intentó que Bra
comiese y saliera de su letargo, pero Bra dormía y dormía. No lo logró.
Tras varias noches galácticas con sus lunas
anilladas, Bre decidió que lo más inteligente sería ir en busca de Bru. Como
Bra no se movía, tomó la mantita, ya que gracias a ella le sería más fácil
localizar a Bru. Dejó a Bra con un extremo dentro de un cubo de agua espacial
para que tuviera alimento y se marchó cuando olió el rastro de unos meteoritos
que cruzaron por el cielo, señal de que el día se acercaba.
Bre era de pequeño tamaño y aún no sabía bien
cómo palpar correctamente los caminos; sin embargo, tenía fuerza y muchas ganas
de explorar, y en eso era como Bru.
Su estupendo olfato hizo que, a lo largo del
camino, Bre encontrara con facilidad las fuentes de agua espacial, y también
que detectara la presencia cercana de otros seres. A medida que los iba
encontrando, les ofrecía la mantita de Bru y les preguntaba: “¿os suena este
olor? Es de mi Bru”. Pero hasta el siguiente ciclo lunar no logró más que
pequeñas pistas. A algunos seres les recordaba a alguien; otros sí le
señalaron, juntando sus extremos a los de Bre y palpando en cierta dirección,
el camino a seguir.
La voz era muy importante en Cegalia, y Bre
entonaba muy bien las viejas canciones de sus antepasados. Cuando pasaba por
alguna senda, quienes estaban cerca escuchaban y sonreían.
Un buen día, a varias jornadas de viaje desde
donde estaba Bre, Bri salió a buscar pequeñas briznas de hierba para acompañar
su almuerzo de agua espacial. Eran muy apreciadas, pues, al machacarlas, su
jugo daba un sabor especial al agua que llenaba a los cegalios de alegría.
Mientras recogía sus hierbas, Bri escuchó un
llanto apenado. Siguiendo el sonido, palpó el suelo de barro hasta llegar a
donde el otro ser lloraba. “Saludos planetarios. ¿Estás bien?”, preguntó Bri.
Pero el otro ser no dejaba de llorar. De hecho, un charco enorme comenzó a
formarse a su alrededor, y eso era peligroso. Perder agua galáctica de aquella
manera podía dejarte como un trapo seco en medio de la nada.
Finalmente Bri, que silbaba muy bien, comenzó una
melodía y logró que el ser ya solamente sollozara. Un rato después, consiguió
que le dijera su nombre y pudieron conversar.
Era Bru.
Bru quería regresar a casa, pero había perdido
totalmente el norte de su planeta. Su imán había dejado de funcionar
correctamente y necesitaba encontrar a Bra para recuperar el equilibrio.
Bri decidió ayudar a Bru. Tomaron el camino
hacia su casa y allí descansaron hasta el día siguiente, pues era muy tarde.
Mientras tanto, a cierta distancia, Bre tenía
la sensación de ir por una ruta peligrosa. Las últimas veces que preguntó, todos
los seres le dieron la misma respuesta: recordaban el olor de la mantita, Bru
estaba a escasas jornadas. Sin embargo, desde hacía algún tiempo no había
vuelto a encontrarse con más seres, señal de que la zona no era segura. Y
efectivamente, no lo era: estaba en una zona pantanosa. En un momento dado, se
dio cuenta de que la tierra comenzaba a hundirse bajo sus pies. Con los
nervios, comenzó a correr, algo que los cegalios saben bien que no debe
hacerse, ya que se pierde el control del suelo. También por eso no pudo ver que
su bolsa de tesoros, en la que guardaba la mantita y las bolas con agujeros,
estaba abierta, y de ella cayó la bola con un agujero. Cuanto más corría, más
se hundía, y un poco más allá perdió la segunda bola. La tercera se le escapó
cuando el barro le llegaba a la cintura. Entonces sí se dio cuenta, pero ya era
tarde. Intentó palpar a su alrededor buscando las bolas de cristal, y la suerte
quiso que no encontrara la última, pero sí una rama a la que agarrarse, la cual
impidió que siguiera hundiéndose. Y allí tuvo que quedarse, pues no podía
salir. Tampoco podía llorar, pues, si formaba un charco a su alrededor, corría
aún más peligro de seguir hundiéndose. Así, al escuchar los sonidos de una
aurora boreal, supo que había llegado la noche galáctica. Se quedó inmóvil.
Con los primeros meteoritos, Bri y Bru
partieron, siguiendo la ligera esencia que quedaba del propio rastro de Bru en el
camino. No fue difícil, pero Bri, que conocía la zona de los pantanos, sabía
que se acercaban a ella y podía ser peligroso. Por ello, se pegó bien a la
orilla del camino, para asegurarse de dónde estaban los bordes, y pidió a Bru
que le diera su extremo y no se despegara. Gracias a ello, cuando Bri dio un
enorme resbalón, no cayó en el fango, pero sonó: “zziiiiiip!” justo antes de
que recuperara el equilibrio. ¿Qué había sido eso? Bri palpó el suelo a su
alrededor y, aparte de la humedad y del fango, tocó también un objeto
redondeado. Pero no solo eso: ¡tenía un agujero! ¡Era un increíble tesoro!
A Bru le dio un vuelco el corazón (porque los
seres de Cegalia también tienen su corazoncito) cuando escuchó a Bri decir lo
que era. Le pidió que le dejara la bola y, al palparla, pensó que era imposible.
Solo podía ser una casualidad. No dijo nada, se la devolvió a Bri y una lágrima
rodó por su galáctica mejilla.
Continuaron caminando y esta vez, un poco más
allá, fue Bru quien (esta vez sí) fue al suelo. Palpó su nariz y se topó con
que, en uno de los agujeros, tenía incrustada una bola. Por suerte, su nariz
era grande y no sufrió demasiado al sacarla, pero se asustó mucho al tocar sus
dos agujeros: ahora sí que podía ser la segunda de las bolas del tesoro de Bre.
Y ¿por qué estaban allí aquellas bolas? ¿Algo le habría sucedido a su Bre? No
pudo más y le contó a Bri su historia mientras iban caminando, aunque era
difícil mantener la atención cuando el fango era cada vez más pegajoso y
profundo.
Un poco más allá, se toparon con un ser del
fango especialista en cocina. Por su trabajo sabía palpar muy bien la zona, y
además llevaba una lanza para cazar hierbas carnívoras. Era un ser experto.
“Hoy es mi día de suerte, he encontrado una
bola con tres agujeros”, les dijo, tras un rato de conversación. Y tanto Bru
como Bri supieron que esa bola tenía que ser la tercera que esperaban.
Necesitaban la ayuda del ser especialista en cocina para encontrar a su Bre.
Palparon y palparon, pero no encontraban nada.
Bri, para combatir los nervios, silbaba una cancioncilla mientras buscaba.
Nadie hablaba.
Llegaron a una zona en la que el barro
comenzaba a ser demasiado denso. El ser de la cocina iba en cabeza, insertando
su lanza en el fango, para evitar pisar en lo blando y quedarse atrapados en
él.
Con solo un extremo y la cabeza fuera del
fango, Bre comenzó a cantar. La melodía era triste, algo de su infancia que ya
casi no recordaba. Pensó en Bra y en Bru, y también en los momentos felices que
vivieron en su parte del planeta, y en el sonido de los meteoritos de la mañana
que ya no volvería a escuchar. Sus fuerzas estaban al límite y llevaba muchas
horas sin probar una gota de agua espacial.
De repente, Bri se dio cuenta de que su
silbido parecía tener un eco. Silbaba y escuchaba algo extraño. No, eco no era.
No era su voz, esta era una distinta y muy dulce; y además, la melodía tenía
letra.
Su corazón galáctico se aceleró y pidió a los
otros seres que escucharan. La canción era la misma. Intentando avanzar
deprisa, se dirigieron hacia el lugar del que partían los sonidos.
El ser de la cocina llegó primero, lanza en
ristre. A punto estuvo de clavársela a Bre, pero frenó a tiempo.
“Oh, no. No hay salvación”, dijo el ser de la
cocina. No podrá salir del fango.
No sabían que hacer. Era cierto: el fango
había atrapado a Bre de tal forma que sería imposible que saliera. Le pidieron
que agarrara con fuerza un lado de la lanza y, sujetándose al otro extremo,
intentaron tirar y tirar. Pero fue inútil.
Cuando ya lo habían dado todo por perdido, Bru
se acercó a Bre, tomó su extremo y lo apretó con fuerza, despidiéndose. Lloró:
“lo siento, esto es culpa mía”.
Bri, viendo que la situación iba a ser muy
dolorosa, intentó separar a Bru del extremo de Bre, pero no pudo desde su
posición. Entonces, temiendo que Bru también cayera y se ahogara en el barro,
pidió al ser de la cocina que se aferrara a una rama y luego le diera su
extremo, de forma que quedaran sobre Bru y Bre y pudiera sacar a Bru por fin de
un tirón. Pero lo que sucedió a continuación fue inesperado: al quedar a escasa
distancia de Bre, sintió que una enorme fuerza salía de su interior y, en un
instante, contempló cómo el cuerpo de Bre salía disparado del fango, con su
bolsa incluida, y se abalanzaba sobre el suyo, quedando ambos pegados.
Había sido la fuerza de los imanes. Era su ser
especial. Bru, que también había caído de espaldas, miraba con asombro. No
sabía si reír o llorar.
Y así fue como volvieron a casa. Bre y Bri
nunca más se despegaron. Bra y Bru tampoco. El cocinero se quedó con la mantita
y las tres bolas, y cocinó hierbas salvajes para todos.
La pareja y su descendencia
Los objetos dejados como un tesoro
La búsqueda
“El cocinero”
El encuentro y la unión feliz
He prescindido de:
La muerte innecesaria de la madre
El incesto
Los múltiples estereotipos: monarcas y clases
sociales, roles de hombre/mujer, belleza/valentía, poder/servidumbre…
He intentado crear una historia en un lugar
sin referencias, sin clases y sin géneros, en el que lo estético, tal y como lo
entendemos, no importa (es inevitable dar cierta importancia a un tesoro, si
quieres incluirlo, pero en este caso su valor poco tiene que ver con lo que
conocemos).
Los personajes no tienen sexo, son magnéticos
y ciegos. Su existencia se reduce a las sensaciones, se mueven por los
sentidos.
Tu adaptación es, en realidad, un retelling. Has cambiado demasiadas cosas del cuento original y la argumentación no está fundamentada en las necesidades evolutivas de los receptores.
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